17 diciembre, 2012

¿Qué deben hacer los amantes de la libertad?

Artículo de Lew Rockwel

Libertad total¿Cómo sería posible combinar tu vida profesional con la defensa y promoción de la libertad?
Está claro que sería demasiado presuntuoso ofrecer una respuesta definitiva a esta pregunta, ya que todos los puestos de trabajo y carreras en la economía de mercado están sujetos a las fuerzas de la división del trabajo. Pero sólo porque una persona se centra en una tarea en particular no quiere decir que no sea bueno en muchas otras actividades; sólo significa que las ganancias más productivas para todo el mundo se generan dividiendo las tareas entre varias personas de distintos talentos.
Lo mismo ocurre con el movimiento de la libertad. Cuanto mayor sea el número de personas interesadas en la promoción de la libertad, mejores serán los resultados si hay una especialización, si todos cooperan a través del comercio. Cuanto mayor es la división del trabajo, mayor será el impacto logrado. No hay manera de saber de antemano lo que será mejor que haga cada persona en concreto; hay varias formidables maneras de hacerlo (que discutiremos más adelante). Pero hay algo que podemos saber a ciencia cierta: la respuesta más común -entrar en el gobierno y tratar de modificarlo- es la más equivocada. Muchas mentes brillantes fueron corrompidas y arruinadas al decidir seguir este fatal camino.
Es muy común ver a movimientos ideológicos hacer grandes esfuerzos a través de la influencia educativa, la organización y la influencia cultural, pero terminan haciendo el salto ideológico en creer que la política y la influencia política -que por lo general significa obtener puestos de trabajo dentro de la burocracia- son los próximos pasos en el camino del éxito. Se convierten en burócratas para luchar contra la burocracia, se unen al Estado con el fin de reducir su poder, es tan absurdo como tratar de apagar un incendio con cerillas y gasolina. Eso es exactamente lo que pasó con la derecha cristiana de los EE.UU. en la década de 1980. Ellos se involucraron en la política con el fin de acabar con la opresión del Estado. Hoy, treinta años después, muchas de estas personas están trabajando en el Ministerio de Educación y varias agencias reguladoras, creando nuevas leyes, nuevas regulaciones, nuevas taxas y nuevos impuestos aduaneros. Esta es una pérdida catastrófica e irreversible de capital intelectual.


Es de vital importancia que los defensores de la libertad no incurran en este camino. Trabajar para el gobierno siempre ha sido la carrera elegida por socialistas, keynesianos y reformadores sociales, personas sin propensión a prestar un buen servicio en la empresa privada y el libre mercado. El gobierno es el hogar natural para ellos, además de ser el hogar natural de los tiranos e incompetentes; es en el gobierno donde pueden satisfacer su ambición de controlar la sociedad. Se trata de un instinto natural de querer controlar aquello en que no consigue tener éxito. Trabajar para el gobierno es algo que funciona para ellos, pero que no funciona para nosotros.
En la primera mitad del siglo XX, los liberales sabían realmente cómo oponerse al estatismo. Se convirtieron en emprendedores o trabajaban en periódicos influyentes. Ellos escribían libros. Agitaban el ámbito cultural. Acumulaban dinero para ayudar a financiar los periódicos, escuelas, fundaciones, institutos y organizaciones dedicadas a la educación económica de los ciudadanos. Ellos ampliaron sus operaciones comerciales para servir como baluarte contra la planificación central. Se convirtieron en maestros y, siempre que era posible, en educadores. Formaron familias hermosas y se concentraban en la educación de sus hijos.
Es una batalla larga y difícil, pero la batalla por la libertad ha sido siempre así. Sin embargo, en algún momento de la batalla, algunas personas, atraídos por la perspectiva de un camino más rápido para las reformas, repensaron esta idea. “Tal vez deberíamos probar la misma técnica de la izquierda”, se dijeron algunos. “Tal vez deberíamos infiltrar a nuestra gente en el poder y desalojar al enemigo. Así podemos producir un cambio más rápido por la libertad. Por otra parte, ¿este no sería el objetivo más importante de todos? Mientras que la izquierda tenga el control del Estado, éste se ampliará de manera incompatible con la libertad. Por lo tanto, tenemos que tomar de nuevo el control del Estado”.
Así rezaba la lógica. ¿Cuál es el problema con esta lógica? Simple. La única función del Estado es ser un aparato de coerción y compulsión. Éste es su sello distintivo. Eso es lo que hace que el Estado sea lo que realmente es. Así como el Estado responde afirmativamente a los argumentos que debería ser más grande y más poderoso, responde institucionalmente hostil a cualquier persona que diga que debería ser menos poderoso y menos coercitivo. Esto no quiere decir que algún de trabajo desde “dentro” no pueda generar algo bueno en algún momento. Sin embargo, es mucho más probable que el Estado convierta al libertario que el libertario convierta al Estado.
Todos lo hemos visto mil veces. Apenas se necesitan más que unos pocos meses para que un intelectual libertario que ha ido al gobierno “madure” y se de cuenta de que sus ideales eran “demasiado infantiles” y “poco realistas”. Un político prometiendo que el gobierno será más dócil y sumiso más rápidamente se convierte en un experto destacado en la creación de nuevas formas de hacer al Estado más eficiente en la confiscación de la riqueza de otros. Tan pronto como este fatídico paso se toma, no hay más límites. Conozco personalmente a un burócrata estadounidense que había jurado fidelidad a la filosofía libertaria y más tarde ayudó a declarar el estado de guerra en Irak.
La razón de todo está conectada con la ambición, algo que por lo general no es un mal impulso. La cultura del estado, sin embargo, requiere solamente que la ambición se trabaje con el fin de proporcionar el máximo respeto posible al poder consolidado. Al principio, esta postura es fácilmente justificable por el libertario infiltrado en el estado: “¿qué otra forma tenemos de transformar al Estado sino es declarando nuestra simpatía por él? Sí, el Estado es nuestro enemigo pero, por ahora, tenemos que fingir ser su amigo”. Sin embargo, con el tiempo, los sueños del cambio se van sustituyendo por esa necesidad diaria de halagar. Al final, el individuo termina siendo exactamente el tipo de persona que él más despreciaba. (Para los fans de El Señor de los Anillos, es como si se te pidiera llevar el anillo durante un tiempo; no lo vas a querer soltar más).
A lo largo de mi vida conocí a varias personas que tomaron este camino y un día, se miraron en el espejo, hicieron un juicio honesto sobre sí mismos y no le gustó nada de lo que vieron. Me dijeron que fueron engañados por completo en pensar que tal estrategia podría funcionar. No se dieron cuenta a tiempo de las sutiles formas en que el poder los estaba seduciendo, envolviendo y arrastrando sus sórdidos esquemas. Ellos reconocieron la inutilidad de pedir educadamente al Estado, día tras día, que se permitiese un poco más libertad aquí y allá. Al final, lo que siempre pasa es que acabas teniendo que estructurar tus argumentos en términos de lo que es bueno sólo para el estado. Y la realidad es que la libertad no es buena para el Estado. Así que tu retórica comienza a cambiar sin que te des cuenta. Finalmente, todo tu objetivo se altera y tú ni siquiera te das cuenta. Y, cuando te das cuenta, ya es demasiado tarde. Los más cuerdos dejan el aparato estatal y cualquier nuevo intento de persuasión. Los más corruptos incorporan rápidamente el modus operandi del Estado y se fusionan con él. El Estado está abierto a la persuasión, sin duda, pero a menudo actúa por miedo, no por amistad. Si los burócratas y los políticos temen una revuelta de la gente y una reacción adversa, no van a aumentar los impuestos o las regulaciones. Si ellos sienten que hay un grado demasiado alto de indignación pública, incluso revocarán leyes y programas. Un buen ejemplo fue el fin de la Ley Seca. La Ley Seca fue abolida porque los políticos y los burócratas sintieron que continuar prohibiendo sería un costo demasiado alto.
El problema de la estrategia era algo que siempre fascinó a Murray Rothbard, que escribió varios e importantes artículos sobre la necesidad de no ceder ni hacer concesiones; nunca, a través del proceso político, sustituir el objetivo a largo plazo por una ganancia a corto. Esto no quiere decir que no debemos saludar y dar la bienvenida a un recorte de 1 punto en los impuestos o en la derogación de una sección de una ley. Pero no debemos nunca dejarnos tragar por la astucia de la condescendencia: por ejemplo, “vamos a suprimir este mal impuesto para poner en marcha este impuesto mejor”. Esto sería utilizar un medio (un impuesto) que contradice el objetivo final (la eliminación de los impuestos).
El enfoque de Rothbard a favor de la libertad se puede resumir en las siguientes cuatro afirmaciones:
  1. La victoria de la libertad es el objetivo político más alto;
  2. El fundamento adecuado para este objetivo es un ardor moral e inflexible por la justicia y la ética;
  3. El objetivo debe ser alcanzado mediante los medios más rápidos y eficaces posibles; nada de gradualismos;
  4. Los medios elegidos no deben contradecir el objetivo -”sea la defensa del gradualismo, el uso o la defensa de cualquier agresión en contra de la libertad, la defensa de los programas de planificación central, la no utilización de cualquier oportunidad para reducir el poder del Estado, o la defensa de cualquier programa que implique el agigantamento en algunas áreas de la economía o de la vida privada”.
Los libertarios deben siempre tener esto en mente. La cuestión de la estrategia no es simple. Y el poder es siempre tentador. La gran mayoría de personas que entran al gobierno están formadas por personas que están allí o porque quieren una vida fácil, o porque quieren controlar la vida de los demás, o porque quieren una vida fácil y al mismo tiempo les permite controlar la vida de los demás.
Siempre ha sido y siempre será así. El Estado mastica a las personas y, al final, o se las traga o escupe a aquellos que vinieron con el noble propósito de promover la libertad.
Esta es la lección. Los miles de jóvenes que hoy en día descubren por primera vez las ideas de la libertad deben permanecer fuera de la máquina del Estado y de todo su encanto y fascinación letal. En lugar de tratar de infiltrarse en el Estado, deben perseguir sus ideales a través del comercio, la educación, el espíritu empresarial, las artes, la difusión de ideas, el debate, etc. Liderar y ejercer influencia a través del respeto alcanzado por sus logros. Estas son áreas que ofrecen promesas reales y altos rendimientos.
Cuando un libertario me dice que está haciendo algunas cosas buenas en el ministerio o en alguna agencia reguladora, no tengo motivos para dudar de sus palabras. Pero, ¿no sería mucho mejor si él renunciaría a este trabajo y escribiese un libro exponiendo toda la demagogia, la charlatanería y el robo que hay en la burocracia? Un golpe dado contra un órgano del gobierno puede producir más reformas, y generar más beneficios para la sociedad, que décadas de intentos de infiltración y subversión.
¿Existen políticos que hagan cosas buenas? En toda mi vida, conocí a uno solo: Ron Paul. Pero todo lo bueno que él hizo no provino exclusivamente de su trabajo como parlamentario, sino de su trabajo como educador el cual tenía una destacada plataforma desde la que emitir sus opiniones. Cada voto suyo negativo a una nueva ley o un nuevo reglamento era una lección para las multitudes. Necesitamos más Ron Pauls en todo el mundo.
Pero Ron Paul es el primero en decir que, aún más importante que parlamentarios expresando ideas libertarias, se necesitan más maestros, empresarios, padres de familia, líderes religiosos y empresariales que difundan las ideas de la libertad. Los defensores de la verdadera libertad aman el comercio y la cultura, y no al Estado. El comercio y la cultura son nuestro hogar y nuestra plataforma de lanzamiento de las reformas para la libertad. Sólo la divulgación de ideas sólidas puede liberarnos definitivamente del juego opresor del Estado. Fingir amistad con un enemigo más poderoso es una actitud que sólo le beneficiará a él.

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