La inversión en valor y la economía austriaca
"Where is the one that is lowest-priced in relation to what I believe it is worth?"John Templeton"Empresario es el individuo que actúa con la mira puesta en las mutaciones que las circunstancias del mercado registran"Ludwig von Mises
El método de inversión en valor (value investing)
y la escuela austriaca de economía son escuelas de pensamiento muy
compatibles, por su visión similar del mundo, y complementarias, dado
su enfoque distinto. Son compatibles porque ambas consideran que no se
puede predecir en el mundo económico, y que lo más que se puede hacer
es identificar los patrones y características que tienden a provocar
los resultados buscados. Son complementarias porque la primera tiene
como objetivo final generar ganancias al inversor ayudándolo a escoger
las empresas en donde invertir, mientras que la segunda trata de
comprender los fenómenos económicos y los procesos dentro de los cuales
operan las empresas.
El método de la inversión en valor
ofrece una serie de principios cuyo cumplimiento es indispensable para
decidir invertir en una empresa, y la escuela austriaca de economía
permite comprender el papel del empresario, así como los ciclos
económicos y su impacto en los distintos sectores de la economía.
Veamos cada una en más detalle.
La inversión en valor se rige por dos
principios fundamentales: 1) sólo se debe comprar barato; es decir, no
importa lo buena que sea una empresa: sería una pésima idea comprar
acciones de ella si están caras; 2) las empresas objeto de
consideración deben ser concienzudamente analizadas para verificar si
históricamente han tenido buenos resultados y determinar si tienen la
capacidad de mantener esa competitividad.
La inversión ideal incorpora estos dos
factores. El precio barato ofrece un margen de seguridad, y conocer
bien las empresas permite escoger a aquellas que probablemente serán
capaces de aguantar el tipo durante una recesión y salir adelante sin
causar pérdidas irreversibles a sus inversores. Por supuesto, pueden
darse errores de estimación, pero el enfoque del margen de seguridad
permite que el inversor evite las empresas caras, cuyo valor podría
caer, aunque su situación financiera se mantuviese igual, solo porque
las perspectivas de crecimiento no se cumplieron. En pocas palabras,
cuida de que el inversor no se olvide del precio al que compra. A su
vez, suponiendo que las estimaciones han sido bien hechas, el precio
barato augura que, si sigue siendo exitosa y creciendo de manera
sostenida, el mercado terminará por reconocer su valor y la acción
subirá sustancialmente de precio.
Naturalmente, surge la pregunta: ¿cómo
identificar que algo está barato? Hay dos respuestas. La primera y más
sencilla, pero menos común, pasa por encontrar una empresa que tenga
activos cuyo valor esté siendo subestimado. Imaginemos una compañía
sana cuya capitalización de mercado fuera de 1.000.000 de euros, que
apenas tuviera deuda y que poseyera 2.000.000 de euros en efectivo. Si
la citada compañía tuviese un millón de acciones y los títulos
cotizaran a 1 euro, ello implicaría que por cada acción que se
comprase... ¡se consiguiesen 2 euros! Es un ejemplo exagerado, pero
situaciones más o menos similares no son inusuales. Esto es lo que
pudiera denominarse el análisis estático, ya que no se
interesa mucho de las expectativas a futuro. La inversión es buena
porque, aunque la empresa quiebre, el inversor está muy protegido (aun
así, probablemente le toque esperar bastante hasta que en el mercado el
resto de los agentes reconozca el valor que hay en esa acción, que
cuesta 1 euro pero tiene 2).
La segunda respuesta se encuentra en el
rendimiento de la inversión. Imaginemos que podemos colocar 1.000 euros
en un plazo fijo de un año con una tasa de interés del 5%. Al cabo de
un año tendremos 1.050 euros. Ahora supongamos que esos 1.000 euros los
podemos colocar en una empresa que nos podría rendir un 17% al año. Al
cabo del año, la empresa ha convertido esos 1.000 euros en 1.170.
Desde el punto de vista de la rentabilidad, es mejor colocar el dinero
en la empresa, pero esto no es lo único que nos debe interesar. Para
proceder, combinemos ambos ejemplos.
Pensemos en una empresa que casi no
tiene deuda, con una capitalización de mercado de 1.000.000 de euros,
una ganancia de 100.000 euros anuales (rentabilidad del 10%) y 250.000
euros en efectivo. Si las mil acciones de esa empresa se vendieran a
1.000 euros cada una (lo que daría un beneficio por acción de 100
euros), el inversor debería percatarse de que, con los 250 euros en
efectivo que hay por cada acción, la empresa es capaz de generar 100
euros en ganancias sobre 750 euros de capital invertido, o sea, un
13,3% de rentabilidad (100 dividido entre 750).
Ahora supongamos que hay una segunda
empresa, muy similar, cuya acción se encuentra en 2.000 euros. La
empresa tiene mil acciones, lo que da una capitalización de mercado de
2.000.000 de euros. Gana unos 150.000 (150 por acción), lo que supone
una rentabilidad de 7,5%, y tiene 350.000 euros en efectivo. Para
entrar en la empresa se requiere invertir 2.000 euros, pero como hay
350 por acción en efectivo, en realidad el negocio está generando 150
euros de ganancia por cada 1.650, o una rentabilidad del 9,1% (150
dividido entre 1.650).
¿En qué empresa debe invertirse? A
primera vista podía parecer que la segunda es una mejor inversión: un
negocio igual de sano, más efectivo, un mayor beneficio neto y un mayor
beneficio por acción. Pero el inversor en valor debe comprar la
primera, porque la rentabilidad de la compañía es mayor; además de que
el efectivo en ésta le da una protección mayor si las circunstancias se
tornan sumamente adversas. Además, al precio actual, es la acción de
la primera empresa la que ofrece más posibilidades de aumentar.
Suele decirse que invertir sólo en lo que el sector financiero llama renta variable
es muy arriesgado. La realidad es que siguiendo este método se
minimizan las posibilidades de pérdidas irreversibles porque se buscan
protecciones y se amplifican las posibilidades de ganancia. Recordemos
que las acciones representan la titularidad de los activos productivos
de una empresa, por lo que se está invirtiendo en algo real siempre y
cuando esté barato, evitando siempre las empresas que ya están
razonablemente valoradas o sobrevaluadas.
Esto parece ser de sentido común, y sin
embargo no es el método de inversión más popular. Las estrategias de
inversión más frecuentes se basan en intentar predecir lo que hará el
precio de una acción, y cuándo. Tanto el método de la inversión en
valor como la escuela austriaca de economía consideran eso una
actividad inútil. No es posible, científicamente, realizar predicciones
de acontecimientos específicos (cuándo y cuánto) en el mundo
económico. Lo más que se puede hacer es identificar patrones sobre la
base de una serie de supuestos realistas. Por consiguiente, lo que sí
se puede hacer es evaluar la trayectoria de una empresa, su situación
presente y su capacidad para enfrentar las condiciones constantemente
cambiantes y dinámicas del mercado. La predicción que se hace es
respecto a la capacidad de la empresa de generar valor en el mercado
atendiendo mejor que sus competidores las demandas de sus clientes y de
mantener las ventajas competitivas, si es que las tuviese, y no sobre
si en el próximo trimestre sus acciones subirán un 20%. Si se ha
escogido correctamente, el éxito de la empresa traerá como resultado
inevitable a largo plazo un alza sustancial y sostenido en el precio de
la acción. Debe quedar claro que la decisión de inversión no se basa
en el comportamiento histórico del precio de la acción, sino en la
doble guía de comprar algo bueno sólo cuando está por debajo del precio
que se estima razonable.
Esta es la parte dinámica del análisis,
la más compleja y a la que toca dedicar la mayor parte del tiempo y el
esfuerzo. Corresponde evaluar el desempeño histórico de la empresa, su
equipo de administración, su estrategia de inversión de capital, su
gestión financiera, sus competidores, las relaciones con sus clientes y
proveedores, entre otros factores. Si tras realizar este análisis se
considera que se ha encontrado una empresa que responde con agilidad y
efectividad a las circunstancias variables del mercado –tanto en las
operaciones del día a día como en la ejecución de estrategias a largo
plazo–, y que cuenta con buenas ventajas competitivas y con un buen
potencial para mantener estas capacidades, puede decirse que se ha
encontrado una organización extraordinaria. Pero, nuevamente, la
decisión de inversión no puede desligarse del precio de compra. Aun
esta extraordinaria organización debe evitarse si su precio se
encuentra por encima o cerca de lo que el inversor considera razonable
porque no ofrece un margen de protección. Pero si se diera la
circunstancia de poder invertir en una organización como ésta a un
precio bajo, entonces el inversor puede esperar que al cabo de unos
años –periodo durante el cual debe tener la paciencia y la disciplina
emocional para ir contracorriente y aguantar los vaivenes del mercado–
su capital invertido se multiplique.
El inversor en valor, cuando decide
invertir en una empresa (o si está reevaluando una en la cual ya ha
invertido), tiene que tener tal nivel de confianza en ella, que si la
acción empieza a caer debe verlo como un motivo para la alegría, porque
podría hacerse con una participación aún mayor en la misma.
Recordemos: el inversor en valor sólo invierte pensando en el largo
plazo. El precio de mañana poco importa, porque las circunstancias de
una empresa no cambian de un día para otro. Por ello, si se ha seguido
este método, no puede decirse que una caída en el precio de la acción
signifique una pérdida para el inversor.
En el trasfondo de este análisis de cada
empresa se encuentra la visión que provee la escuela austriaca de
economía. Ambos enfoques coinciden en considerar que los fenómenos
económicos son protagonizados por personas con libre albedrío, que no
responden como autómatas, como pretende una ecuación matemática. No hay
que olvidar el hecho de que las empresas son organizaciones creadas y
gestionadas por personas que atienden a otras personas.
La economía analiza la manera en que los
individuos se enfrentan a una realidad de recursos escasos. Se
entiende que la acción de cada persona tiene un impacto sobre su
entorno, y que por ello el actor está continuamente evaluando los
cambios provocados por sus acciones y por las de los demás. Los
individuos modificamos constantemente nuestras prioridades y nuestras
percepciones sobre la utilidad de los medios disponibles. Esto es así
porque cada uno es capaz de aprender del éxito y el error, o porque ha
adquirido nuevos conocimientos, lo que posibilita actuar con mayor
efectividad conforme se va ajustando el comportamiento.
El empresario surge en este contexto
como alguien capaz de satisfacer con mayor eficiencia las necesidades
de otras personas, logrando combinar mediante acuerdos voluntarios el
trabajo, el ahorro del capitalista y los recursos naturales. Los
empresarios (exitosos) hacen que el escaso capital sea invertido de la
mejor manera posible; el mercado paulatinamente va eliminando a
aquellos que lo hacen mal y recompensando a los que lo están haciendo
bien. Aquí entra en juego el método de la inversión en valor, que busca
identificar las empresas que mejor saben atender las demandas de sus
clientes y que pueden mantener sus ventajas competitivas a un bajo
precio.
La idea que hay que tener en mente es
que no es el mayor riesgo lo que genera más ganancias, sino la
capacidad de una empresa de ser eficiente en el uso de la mezcla de
capital y trabajo para atender mejor que otros las demandas de los
clientes o consumidores. De la misma manera, en lo relacionado con la
inversión en valor no se trata de tomar más riesgos, sino de buscar
empresas infravaloradas en el mercado que, tras un análisis detallado,
ofrezcan un buen margen de seguridad y buenas posibilidades de
revalorización.
Por último, cabe notar que la escuela
austriaca de economía ha sido la única capaz de ofrecer un marco
teórico que explique plenamente el proceso de gestación de la burbuja y
la posterior e inevitable crisis financiera y económica. A los
inversores en valor, la teoría austriaca les permitió alejarse muy
temprano de los sectores financieros e inmobiliarios abocados al
descalabro. Este es un claro ejemplo de la complementariedad entre
ambas escuelas: una mejor comprensión de los fenómenos económicos
permitió que los inversores evitaran ciertos sectores que parecían
ofrecer enormes ganancias y cuyos riesgos parecían inexistentes para la
mayoría en el mercado. Al hacerlo, los inversores tuvieron que hacer
uso de dos cualidades imprescindibles: paciencia y disciplina
emocional.
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